Cuando ayer noche nos reunimos en Soto a seguir la final de la Copa percibí lo grande y mágico del futbol, su influencia en nuestras vidas, cómo habían cambiado algunas costumbres y qué poco las clásicas cosas del futbol, que muchas veces han sido tambien las cosas del país, desde aquellos años ya lejanos de mi infancia en que un Real Madrid del "régimen" lo ganaba todo. Observaba a mi hijo -a quién puede haber salido- madridista acérrimo y ansioso, deseando que su equipo, otrora invicto, consiguiese por fin destronar al antaño eterno aspirante y actualmente poderoso Barcelona. Mi suegro, culé recalcitrante, no sé si por mor del futbol o por antifranquista militante, reflexionaba sobre cómo su nieto podía ser del Madrid con lo "fachas" que son, segun él, todos sus seguidores. La hermana de mi suegro, nacida en la ciudad condal en los días de la caída de Barcelona en manos franquistas y exiliada forzosa en Mexico desde entonces, se reconocía futboleramente "catalana" por nacencia, pero tarareaba al final del partido el clásico himno del vencedor y recordaba la alegría del triunfo de España en el campeonato del mundo de futbol y cómo pudo sacar pecho aquel día en el distrito federal. En la tele, un monarca ya mayor entregaba entre democráticos besos y achuchones su copa a un joven portero que, probablemente, lo desconozco, pueda ser republicano. Cómo va cambiando el páis y cuánto sigue marcando nuestras vidas el futbol...
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